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EL DEDO EN LA LLAGA por CARLOS MONTY, CHINNA SMITH & INNA DE YARD: El Ocaso de los Dioses

Enviado por el 29 abril, 2016 – 14:20One Comment

photo_earl-chinna-smith3¿Cómo se llega de leyenda viva y respetada a gritarle a todo el mundo “The Whole a unno pussyhole” y acto seguido presumir insultantemente con el mantra de “Who me a play for?” para que todos los presentes se vean obligados a someterse y repetir: “ Marley”, “Jimmy Cliff”, “Peter Tosh”, “Dennis Brown”, y así el patriarca pueda terminar de humillarte en público y preguntar en voz alta “And Who you a play for?”.

 

Yo solo quería saber por qué el Yard de Chinna, precisamente el suyo entre tantos, se había convertido desde la llegada de Internet, en esa institución cultural por la que fue premiado por el Gobierno de Jamaica en 2013 con la medalla de plata Musgrave, ese punto de encuentro entre artistas y aficionados internacionales y locales, entre lo joven y lo “Elder”. Así que quería aproximarme a Chinna y que me lo contara el mismo, y como no tuve la oportunidad de visitarle personalmente las veces que estuve en la Isla, recurrí a algunos de los que han estado allí, han vivido en la casa incluso. Y sorpresa…nadie quiere hablar, nadie se le quiere acercar, o directamente prefieren ignorarle. Todos le tienen miedo, también respeto, para no estropear públicamente una bonita historia de “One Love”. La que siempre cuentan viajeros y turistas.

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Pero en Jamaica, hasta las piedras tienen oídos. Todo el mundo relacionado con la música sabe que algunos “elders” se han convertido en dioses paranoicos, que no te puedes acercar en serio a Bunny Wailer, ni a Earl ‘Chinna’ Smith, o es muy probable que acabes humillado e incluso amenazado (que le preguntan a Snoop Dogg en su etapa de “rasta” de conveniencia). Sus músicos, los primeros, aunque traguen sapos y culebras. Hay que fumar y hay que comer, así que la dignidad personal a veces tiene que pasar a un segundo plano para sobrevivir. Pero como decía aquella vieja canción que Chinna y ‘Santa’ Davis grabaron en 1974 para su inseparable Earl Zero: “None shall escape the judgement”.

earl chinna inna di yard 2

 

 

Cuando estaba empezando en esto de la crítica musical, hace ya tantas lunas, un día el influencial locutor radiofónico de la nueva ola madrileña Rafa Abitbol, me contó una historia sobre Chuck Berry. Me decía que, en los años 60, Berry, harto de ver como Lennon, Richards o Clapton se llevaban la gloria de su sonido Gibson de guitarra rock & roll, intentó patentarlo. Había tenido que demandar hasta a los mismísimos Beach Boys (y con éxito) por plagiarle su “Sweet Little Sixteen” nada menos que en el eterno “Surfin’ USA”. Es obvio que la iniciativa no fructificó. Little Richards, Bo Diddley o Elmore James hubieran tenido mucho que decir al respecto. Pero lo interesante de la historia era que, me contaba Abitbol, desde entonces, Chuck Berry había quedado resentido con el mundo, sentía que le debía algo, y de ahí que fuera tan intratable tanto en los estudios como cuando estaba de gira.

 

Aquella anécdota me vino inmediatamente a la cabeza, en cuanto me contaron lo que lleva ya tiempo pasando en “Inna de Yard” (“de”, como se escribe en Jamaica) con Chinna Smith. Un triste relato de lugares comunes en la historia de la música, donde genios y leyendas no se sienten suficientemente reconocidos, la mayor parte de las veces, con razón. Y el reconocimiento, el respeto, en el mundo anglosajón, se traduce habitualmente en dólares. Claro, que no siempre fue así, y la música sí sigue traspasando barreras.

 

Siendo hijo de dos operadores de sound-system con Bunny Lee, es normal que Chinna (que viene de una deformación coloquial de su apodo inicial “tuner”) se conozca bien todos los subterfugios del negocio. Desde que el Striker lo tenía como medio ahijado tocando la rítmica con su studio-band The Aggrovators, intercalando estancias para las backing de Lee Perry con los Upsetters y Randy  AllStars, pero sobre todo con los Observers de Winston Niney’ Holness, hasta ganar 3 años seguidos (1973-1975) el premio a mejor backing band jamaicana, ya como TheSoulSyndicate, que debutaron como tales para Striker Lee cubriendo a Twinkle Brothers y Pat  Kelly; Chinna ha estado en primera fila de la escena reggae, siendo solo guitarra rítmica, desde antes que el mundo descubriera y se plegara a la mysticrevelation.

 

Músico de alquiler en las giras de todo el who-is-who del reggae en su era dorada de los 70, incluso formó parte de los Wailers entre el 75 y el 76 (justo cuando explota mundialmente). Todo aficionado que se precie sabe o debe saber esto. Pero a mí no me interesaba contar la historia de Chinna como músico, sino aquel hilo que conduce a Inna di Yard y que nos lleva obligatoriamente a los Soul Syndicate, “su” banda, dado que es con ellos, como por primera vez, el patio trasero de su casa se va a convertir en un escenario icónico que perdura hasta hoy.

 

Hablamos de la película “Word , Sound & Power” grabada en 1979, que tuvo una efímera exhibición en solo 2 cines de Estados Unidos en su estreno, y que, olvidada 25 años, fue rescatada de nuevo en formato DVD en una edición muy mejorada en 2005. Si no la has visto, aquí la tienes completa. Aunque no sepas inglés, it’s a must to see!:

 

Desde la primera escena, con el nunca suficientemente reconocido en el micrófono, mi admirado Tony Tuff, cantando el himno “Jah Jah Music”, puede verse como era Inna di Yard entonces, con la formación al completo, unos músicos que en general todavía le acompañan, aunque cada uno es una celebridad, aceptado que Chinna es el león como ya se ve en las imágenes. George “Fully” Fullwood al bajo (y verdadero fundador), Carlton ‘Santa’ Davis (apodado así por su forma peculiar de tocar la batería), ‘Tony’ Chin en la guitarra solista y al fondo Bernard ‘Touter’ Harvey en los teclados (luego reemplazado por Keith Sterling durante un tiempo). Por poner unos pocos ejemplos de su eterna influencia, Freddie McGregor pasó durante un tiempo como vocalista estable suyo, y riddims inmortales como “Stalag 17” o “Taxi” se acreditan a la banda, que publicó dos maravillosos álbumes como tales, además de la banda sonora de la peli (solo disponible con el DVD): “Harvest Uptown, Famine Downtown” (1977 London) y “Was, Is, &Always” (1980, ya con el sello propio de Chinna “High Times”), además de otro par solo de dubs para Harry Moodie y con los Roots Radics en los 80.

 

Os recomiendo que mientras leéis esto, escuchéis el álbum completo de Harvest Uptown, si las imágenes psicodélicas no os atrapan y podéis seguir leyendo. Je!

 

En “Word, Sound & Power” tras el “Jah Jah Music” la acción se traslada a un bosque con un río donde Jah Minstrel antes de interpretar su legendario single “Africa Roots”, explica la filosofía rasta que entronca con la naturaleza, la vida sencilla y natural, la con la creación, mientras mantiene un reasoning con el propio Chinna entre fumadas de chalice. Dan ganas de zambullirse en el río con ellos. De dejar la ciudad e irse al campo a trabajar con las manos y sentirse en contacto con la tierra madre. Eso es real rasta. Como sabéis, para los rastas (bobos seguidores de Emmanuel, ashantis o de las 12 Tribus -estos menos-), la ciudad -Kingston- es Babilonia y la música laica y pecadora (el reggae), la muerte. La única música que tiene sentido por su conexión mística con el milagro de la vida es el mantra de los tambores ancestrales nyabinghi. ¿Así que, como sobrevivir en la ciudad, siendo un verdadero rasta?

 

Las calles del gran Kingston, vibran con el fervor del día a día, el ir y venir de los comerciantes y los buscavidas, el griterío africano característico de la población, el tráfico, los mercados y cientos de stands ambulantes, pero como si de un oasis se tratara, y a tan solo diez minutos de la bulliciosa central de autobuses de Half Way Tree, en el número 6 de St. Andrew Park se encuentra “Inna de Yard”. En la casa-estudio de Earl Chinna Smith todo amante de la música es bienvenido. No hay control de acceso en la entrada. No importa procedencia, edad, condición religiosa ni color de los ojos, lo único imprescindible es el respeto hacia lo más preciado para Chinna: la música. Solo a través de la música puedes conectar de verdad con él.

 

Puede que en el jardín te encuentres colegialas y adolescentes haciendo gimnasia, o tai-chí o rasta-yogui. Cuerpo, mente y espíritu necesitan estar en sintonía para trascender a la meditación. El propio Chinna se ha dejado filmar en varias ocasiones practicando su propia tabla de ejercicios.

 

Como si de una jerarquía se tratara, todos tienen su lugar allí y su función. Incluso los recién llegados se percatan de que dentro del desorden existen normas. Un equilibrio que fluye de forma mágica y que te atrapa. El fuego arde inagotablemente a modo de pequeña hoguera en el jardín tropical, bajo el árbol del mango. El Rasta no dejará apagar la llama. Junto a éste se enciende un chalice. Las manos robustas y agrietadas (de trabajar la tierra pues muchos comparten el amor por la agricultura y vida en el campo) de los componentes de Inna de Yard, hacen sonar incesantemente instrumentos de percusión nyahbingi acompañados de la inseparable guitarra de Chinna. A ello se añaden voces de forma improvisada y se agregan sonidos melódicos de manos de los recién llegados.

 

Himnos como “Sata Massa Ganna”, “Graduation In Zion”, “Homegrown”, “Heart Made Of Stone”, “Fisherman”, etc… son tarareadas incesantemente. La electrificación es la mínima imprescindible. Cuanto más acústico, más natural, y por tanto, mejor. Todo está en perfecto equilibrio, nada puede perturbar el momento. Como si de un banco de peces se tratara, siempre está en movimiento, aunque los del centro siempre son los mismos, los peces de fuera los arropan, respetan y veneran. Earl Smith, Sangie Davis, Robbie Lynn, Lloyd Palmer, Jah Youth, Kiddus I, Red, Burchel, Kush McAnuff, Ras Appa, Alphonso Craig, Linval Thompson, Jah9, Jesse Royal o Micah Shemaiah, Ken Bob, Derajah, TheCongos, Andy, Leroy «Horsemouth» Wallace, por nombrar a unos pocos, son los protagonistas.

 

En los ya célebres “Vinyl Fridays” las veladas se intercalan entre la visita de invitados de campanillas (leyendas o jóvenes prometedores) y la posibilidad de que tu mismo pinches un single en la jukebox (acertar es fácil, la selección es de época) o tomarte un trago por un donativo simbólico de 5 dólares, mientras el humo de los spliffs y del chalice aromatiza el ambiente. En ocasiones especiales, cuando las visitas se han programado de alguna forma, el streaming nutre de señal al resto del mundo, y el efecto “natty dread” es impactante, captado desde cualquier otro punto del globo. Esa isla de paz rasta en mitad del caos babilónico de las tumultuosas calles de Kingston es lo que magnetiza al visitante.

 

earl chinna inna di yard

 

Pero tras este idílico museo viviente de rastafaris consagrados a la música hay una intrahistoria de desencuentros y decepciones que el visitante rara vez ve y que ha terminado por trascender fuera de los muros del yard, al punto que la chavalería de Kingston 10 ha atracado más de una vez al todopoderoso Chinna, ignorando que se trata del autoproclamado “Melchizedek the High Priest” (of Reggae Guitar).

 

El hecho mismo de que durante la década pasada haya tenido la osadía de atribuirse el legendario nombre del mítico profeta anterior a Moisés, ya es una señal de su megalomanía galopante, a juicio de muchos. Sé que “Unity is strength” y que los verdaderos rastas deben ser humildes y no juzgar a los demás. Que a muchos les molesta que se cuente en público lo que en privado es “vox populi”, porque creen que es amarillismo y nada construye, solo destruye. Pero los cultivadores de mitos deben entender que ocultando la verdad solo se construyen becerros de oro y gigantes con pies de barro. Miren nuestra mal llamada “democracia” desde la transición.

 

En los 80 con su propio sello “High Times” llegó a involucrar en su experiencia yardie a Augustus Pablo y Dean Fraser como músicos, entre otros, y a producir discos a Freddie McGregor, el gran Prince Allah y sobre todo el álbum de debut de Mutabaruka “Checkit”, cuyo vínculo con el Yard llega hasta hoy. Pero con la arribada de la era digital, los verdaderos rastas quedaron fuera del mercado. Tras la oscuridad de los 90 y su guns & slackness, Chinna reapareció convertido en una especie de conservacionista musical de las esencias del reggae roots.

 

En la década de los 2000, sus series de revival en acústico “Inna de Yard” con los Congos, los Viceroys, Linval Thompson, Mighty Diamonds, Junior Murvin o su breddren Kiddus I, por poner unos cuantos, cayeron en saco roto bajo el imperio del dancehall que seducía al público local, pero llamaron la atención internacional de los cazadores de leyendas, y el sello francés Mackasound auspició incluso un álbum de tributo al mítico “On Top” de los Heptones, y los dos volúmenes de Earl Chinna Smith & Idrens con regrabaciones acústicas de muchos de sus viejos éxitos y los de sus elders del camp. Incluso invirtió en un documental promocional de 2004 con , Cedric Myton, Ken y el resto de la Yard camp, seguido de otro mucho más ambicioso rodado por el director suizo Marcus Egloff en 2009 bajo el título de “The Art of Making Music A Way of Life” estrenado en 2012 y que además del omnipresente Kiddus contaba con la presencia destacada de Andy y Mutabaruka, del que podéis ver un extracto aquí.

 

Todas estas iniciativas internacionales volvieron a poner el foco en el respetable guardián de las esencias musicales del reggae ortodoxo y rastafari. Además de con la maquinaria de Ziggy Marley que ya había contado con él en los 90, trabajó de nuevo con el famoseo internacional: Lauryn Hill, Amy Winehouse, contrataron sus servicios. Seguro que hubo más dólares, pero para alguien que solo late con la música real seguro que la recompensa no fue la misma que trabajar con los grandes del reggae en los 70. Así que no es difícil imaginar la frustración de no sentirse profeta en su propia tierra, unido al carácter bipolar que dicen tiene, los que le conocen.

 

Al calor de su renacido reconocimiento ya en esta década, y aunque los jóvenes del reggae revival también empezaron a desfilar por el camp en busca de guía y vibe, sobre todo después del tremendo impacto de Jah 9 con el vídeo de “Steamers a Bubble”, muchos buscavidas y lameculos empezaron a merodear, como casi siempre en Jamaica. Ya nos hubiera gustado que el modelo impoluto sostenido contra viento y marea durante décadas como ejemplo de dignidad rasta en la ciudad, se hubiera mantenido interactuando con la comunidad y sus vecinos, como hacía el formidable Sugar Minott con Youth Promotions, pero la vida es dura y cruel.

 

Pese a la apariencia de comuna abierta, en realidad la vida cotidiana en el Yard empezó a parecerse cada vez más a una secta mesiánica, aunque desde fuera no se notara. Y fuera del Yard, sus continuas rajadas de los artistas con los que ha colaborado (en particular de Ziggy Marley), empezaron a distanciar a otros músicos de tanto mérito o más que él.

 

La situación se hizo tan insostenible que acabó explotando públicamente cuando se supo de la tremenda pelea hace un tiempo con su inseparable Kiddus I, de la que las malas lenguas dicen que llegaron a volar cosas. Tiempo después se reconciliaron, pero nada ha vuelto a ser lo mismo desde entonces. Varios veteranos artistas jamaicanos se han apartado definitivamente, si pueden permitírselo, hartos del trato degradante que dispensa a casi todo el mundo, aun reconociendo la mystic revelation que todavía es capaz de crear a su alrededor.

 

Pero muchos otros no pueden abstraerse al enorme altavoz internacional que supone el Yard en la escena local del roots y aun lo frecuentan en la esperanza de volver a tener su oportunidad, o por lo menos hacer jammin’ con otros músicos de leyenda.

 

Con todo, la comunidad musical entera sabe lo que pasa, hasta el punto de que cuando saben que todavía frecuentas su Yard, te preguntan de cuando en cuando si aún continúas yendo, y cuando por fin les dices que estás harto y ya no más, te contestan: “ahhhh nah seh a word”. Una expresión acuñada para decirte, “yo no digo nada, tú mismo” pero que refleja hasta qué punto se ha hecho común distanciarse de alguien que ya no practica lo que predica.

 

Como dice la vieja tonada “es difícil ser un santo en la ciudad”. Al final un músico es solo un músico. Y más en una Isla donde el país trata tan mal a sus artistas célebres, y en una industria como la del reggae donde todos, sobre todo de fuera, roban a todos, sobre todo de dentro. Aunque la música todavía proporcione un remanso de paz, y el chalice ayude al One Love, cada vez debe ser más difícil dejar fuera del paraíso los demonios que habitan alrededor. Cuando el veneno pasa dentro, nadie está obligado a aguantarlo, pero… ¿quién podría culpar al predicador, si está en su propia casa?.

©carlosmonty2014.wordpress.com –April, 2016

 

 

 

 

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