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Corren tiempos difíciles. Crónica Green Valley, 15/03/17 SALA APOLO (Barcelona)

Enviado por el 22 marzo, 2017 – 17:25No Comment

La magia de la música en directo no culmina cuando la banda en cuestión anuncia el final del show. No necesariamente. Siempre queda la esperanza de un último bis, de ser obsequiados con la benevolencia de quien sabe –en realidad- que ningún concierto es suficiente sea cual sea su duración. El público acostumbra a exigir que se haga efectivo su derecho a una última canción. Aunque no siempre lo reivindica con la misma entrega. Cuando las luces de la sala se encienden, sin embargo, ya no hay vuelta atrás. Aquellos que saltado y coreado juntos –en un acto de catarsis colectiva- se ven finalmente las caras gracias a la implacable claridad de los focos. La luz rompe el hechizo.
La noche del pasado miércoles, en la legendaria sala de baile Apolo, fue una noche de colas. Dentro y fuera. Hacia las once y media, la multitud se dirigía obediente a las escaleras de bajada a la calle. Paciencia. En el guardarropía aguardaba otra pequeña línea humana dispuesta a imagen del acceso a las cajas de una conocida superficie de productos deportivos. Una última fila de incondicionales de la música jamaicana esperaba, paciente, a que sus integrantes fueran marcados con el sello que les daría acceso a la soundsystem post-show. A partir de medianoche, a los platos, Mad Professor (se dice pronto), Chalart 58 y Sr Wilson, entre otros. Un guinda de excepción para una velada que había comenzado horas antes, también en los aledaños del popular escenario barcelonés.

La formación catalano-alavesa es un fenómeno de masas. Todo el aforo se vendió de forma anticipada. Los que suelen decidir sus planes a última hora se encontraron el cartel de sold out y  tendrán que esperar a que Ander Valverde –de la traducción de su apellido surge el nombre de la banda- y los suyos decidan volver tocar en la ciudad condal. La cola para acceder a la sala rodeaba el perímetro del edificio pasando por delante de la entrada principal del Teatre Apolo. Por un momento pensé que aquella gente esperaba cualquier cosa menos acceder a un concierto de música jamaicana. De new roots ibérico con toques de respetuoso y consciente, más concretamente. Incluso me atreví a preguntar para aliviar mi incertidumbre. Y entonces, a mis 38 años, entendí que, me guste no, pertenecía a otra generación. Hoy, en 2017, a la gente –sirviéndome del argot podemita- le gusta el reggae. Como mínimo el de Green Valley.

La sound madrileña se encargó de lubricar musicalmente la velada en los prolegómenos, demostrando habilidad con los platos y el micro. Pocos selectores renunciarían a un minuto de gloria en forma de warm up en una sala histórica para los amantes de los ritmos sincopados. Aun así, el público sabía perfectamente lo que quería. Le quería a él.

Y se hizo esperar estrictamente lo justo. Tras una breve intro a modo de medley instrumental, que sirvió de repaso por los grandes éxitos de la banda, Ander Valverde obsequió al respetable con su presencia. El show empezó al ritmo de los acordes de La Cura. Y partir de ahí, todo fluyó según lo previsto. Green Valley es una banda veterana, que se mueve en el escenario como pez en el agua, sabe lo que se hace. No necesita arriesgar, sólo tienen que aplicar su fórmula. Reggae cercano, sincero y con el punto justo de romanticismo. Si esto fuera de gastronomía popular, la formación asentada en Barcelona hace 11 años se llevaría todas las estrellas Michelin del firmamento.  Valverde y los suyos son auténticos maestros en el arte de conjugar la melosas baladas reggae –evidentemente no faltaron Los Sueños y Relaja, sencillos de su primer álbum En tus manos– con la potencia y el desenfreno del en temas como Estamos Ready –que forma parte de su último trabajo Ahora (2016)- o Corren Tiempos Difíciles. Baño de masas garantizado. Su música huye claramente del exclusivismo elitista muy de moda en nuestros días en torno a la dominación cultural hipster que, siguiendo al maestro Victor Lenore, se extiende mucho más allá del universo indie que le vio nacer.

 

La segunda vez que tuve ocasión de presenciar Green Valley en concierto fue, en 2014, durante las fiestas alternativas del barrio de Sants (Barcelona). La sorpresa no fue tanto la multitud, pues se trataba de un concierto gratuito al aire libre, como la bajísima media de edad del público. Gente muy joven que, en principio, no respondía al perfil estético que estamos acostumbrados a encontrar en los saraos de música jamaicana y otros ritmos cercanos al universo cultural contestatario y underground. El público coreaba al unísono las letras. Más de lo mismo pudimos presenciar la otra noche en la sala Apolo. Comunión (cuasi) perfecta entre artista y afición. Los músicos nos hicieron saltar e incluso participar de un juego que apelaba directamente a nuestra naturaleza tribal más primaria. Izquierda, derecha… Abajo y arriba. Era imposible no tomar parte. Durante la noche hablé con alguien –muy especial para mí, todo sea dicho- que quiso compartir algo muy interesante. Me hizo una sugerencia tan elemental como: “Si (Ander Valverde) cantara en inglés no habría nadie… A la gente le gusta seguir y corear las letras.” Lapidario.

Y tiene parte de razón. El reggae de Green Valley no esconde grandes pretensiones. No estamos ante una banda de club formada por cuatro ultra-melómanos adheridos a un artista/grupo/estilo fetiche del que no lograrán librarse jamás. Un dato interesante que reforzaría esta tesis lo encontramos en el mismo set. No hay covers, sólo temas propios. Curioso y valiente a partes iguales. Hay muy pocas cosas nuevas bajo el sol, todos bebemos de alguna fuente –un referente- que exploró el camino antes que nosotros. Sin embargo, Green Valley no parece mostrarse excesivamente condicionado por sus influencias artísticas. Hacen su música y punto. El único guiño –siempre hay alguno- , por breve, casi pudo pasar desapercibido. Pero en ningún caso por poco conocido. Ander Larrea, nuevo guitarra de la banda que antes tomaba el papel de bajista, rindió tributo al legendario Robert Nesta Marley con los famosos acordes de I Shot The Sheriff al final de El Mensaje. Y os preguntaréis a qué se debe ese cambio de rol entre bajo y guitarra. Pues bien, la incorporación de Christian Miliu como bajista tras la marcha de Egoitz Uriarte  la ha aprovechado Larrea para coger la guitarra y marcar los riffs con el intrumento que siempre ha sido el suyo.

Como no podía ser de otra manera, el compromiso social y político de Green Valley quedó patente, una vez más, a lo largo y ancho de su repertorio. No faltaron temas como No Vengas Al Barrio, Eso Te Hace Mal o Las Estrellas del Cielo. Lo que empezó como una impugnación absoluta a los estragos de la industria alimentaria y el maltrato animal –Cuéntame-, acabó con un alegato antimonárquico ampliamente vitoreado por el respetable. La lucha del movimiento animalista es tan encomiable como necesaria, pero tengo que confesar que no me atreví a secundar la euforia contestataria. Temí verme afectado por una indigestión de conciencia después de haber dado cuenta de un bocadillo de bratwurst en la esquina de la sala sólo unos instantes antes de comenzar la actuación. Contradictio ergo sum.

Para la grabación de su quinto y último álbum, Green Valley ha contado con colaboradores de lujo de la talla de Morodo, Fyahbwoy, Latifa Rapsusklei. Precisamente, el polifacético MC –hoy día no es extraño ver como el rap bascula hacia el reggae y viceversa- fue una de las sorpresas de la noche al aparecer sobre el escenario para coprotagonizar Bailando al Son del Mar y Alas Rotas. Antes de eso, la noche nos tenía reservado otro choque de realidad. De repente –y mientras apuraba los estribillos y los coros del público para completar mis notas- identifiqué una voz tan peculiar como familiar. Cuando alcé la vista, el carismático cantante barcelonés Daniel Carbonell, más conocido como Macaco, y su archiconocido piripipao –micro en mano- provocó la sorpresa de unos pocos y el desconcierto de muchos. Otro signo del cambio de los tiempos y el salto generacional. ‘¿Quién es este tipo?`, pudimos escuchar entre el público –jovencísimo- que intentaba descifrar la identidad del veterano cantante a la vez que se inmortalizaba a sí mismo disparando selfies por doquier. Hijos de la Tierra era su canción –sin duda- y disfrutó de un valioso momento de gloria. Cabe destacar, también, su particular versión del beatboxing que utilizó para emular un trombón durante un instante.

Sin querer, puso de manifiesto lo mucho que la afición –la más adicta a las esencias, muchos de ellos puretas, como el que escribe- agradecería una pequeña sección de vientos en Green Valley.  La ronda de colaboraciones se cerró con la irrupción de Adala y su particular country reggae en català. Maria Marihuana, con toda la plantilla sobre el escenario, fue la guinda del pastel para una noche multitudinaria dentro y fuera. ¡Larga vida al reggae!

 

 

Texto: Isaac Arriaza  (@KarelFromm).

Imágenes: Angel Sorroche para Elephant Prod. (https://www.facebook.com/lphantprod/)

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