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Érase una vez… el festival reggae más grande de Europa

Enviado por el 27 mayo, 2018 – 16:25No Comment
El reggae como motor de una filosofía de vida, la fidelidad del público y la capacidad de sobreponerse a los cambios escriben la historia de uno de los eventos culturales internacionales de referencia: el Rototom Sunsplash

El certamen cumple 25 años avalado por los 3,2 millones de asistentes y más de 2.300 artistas en cartel que deja su trayectoria: de los Alpes italianos al mar Mediterráneo de

“Había una vez en Italia un pequeño festival reggae que se llamaba Rototom Sunsplash. Y hoy en Benicàssim, España, hay un gran festival reggae que se llama Rototom Sunsplash”. Las palabras son del artista Alborosie. Pronunciadas sobre el escenario en agosto de 2010 -en el primer aterrizaje español del certamen tras su traslado desde la italiana Osoppo- resumen la evolución del festival reggae más grande de Europa. 2010 fue una fecha de inflexión, repleta de incógnitas que ocho años después han dejado de serlo, para traducirse en recuerdos y hechos con más pros que contras. Los años han jugado a favor de la experiencia Rototom Sunsplash y la llevan, directa, a cumplir su primer cuarto de siglo de vida.

Veinticinco años de trayectoria que han logrado unir bajo la estela del reggae y su filosofía a más de 3,2 millones de personas de los cinco continentes a lo largo de sus diferentes ediciones, el equivalente a la población de Madrid o Berlín. Y subir al escenario a más de 2.300 artistas. Los próximos se sumarán al cartel más histórico del 16 al 22 de agosto, bajo el lema 25 years walking together. Entre ellos el guitarrista californiano Ben Harper, que se presenta por primera vez en su carrera en formato reggae; el propio Alborosie, que festejará en sus 25 años de trayectoria; los neozelandeses Fat Freddy’s Drop; los referentes del rap cubano Orishas; la banda californiana de roots reggae Groundation; el hijo del rey del reggae Julian Marley o Konshens & Dub Akom.


Discoteca Rototom (Gaio di Spilimbergo-Italia), década de los 90.

El paso del tiempo ha cambiado cosas, y ha afianzado otras, en la historia de este festival nacido en 1994 en una discoteca de la localidad de Gaio de Spilimbergo, al norte de Italia. Un local en el que el reggae convivía con el rock o el punk, y Ramones y con Fela Kuti, Yellowman o Burning Spear -cuyo concierto años después, en 2003, aún permanece en la retina de muchos por su intensidad-.

Los cambios empiezan por el propio entorno: el paisaje alpino de la etapa italiana del Rototom Sunsplash ha dejado paso al mar Mediterráneo junto al que se asienta hoy el recinto de conciertos de Benicàssim. Las distancias entre el antes y el ahora siguen con cifras: de las 1.000 personas que respaldaron el primer Rototom en Gaio a las 220.000 de 2017 en Benicàssim. De los 14 artistas en cartel de 1994 a los más de 400 conciertos del último año.


El colectivo Rototom en la discoteca de Gaio, 1994.

El romanticismo que sirvió de engranaje para esta maquinaria festivalera en su primera fase, echando mano de la colaboración vecinal para sacar adelante las diferentes ediciones y de jaulas para transformarlas en barras y tiendas, ha dado paso a una estructura profesionalizada, estable. Un engranaje capaz de sustentar el volumen de actividad, de escenarios y áreas extramusicales, y de asistentes que eligen el festival como destino cada verano y que han encontrado en el Sunsplash la horma para su estilo de vida.

Ese estilo de vida que han cosido el reggae y los valores ligados a este género musical y sobre los que ha crecido el Rototom es lo que no ha variado en 25 años. “La atmósfera de familia y comunidad que se logra con el reggae es incuestionable, y genera un efecto de apertura en la gente. Su mensaje es fuerte: paz, respeto, derechos humanos, medio ambiente, y a través de él se vehiculan de una manera más natural. Es imposible ser racista y escuchar reggae al mismo tiempo”, explica el director del Rototom Sunsplash, Filippo Giunta.


Festival intergeneracional.

Precisamente la comunidad y el sentido de pertenencia que arropan la cita musical es una de las bases de su idiosincrasia. “Lo que nos diferencia es que nuestro público siente el festival como suyo. Se tatúan el léon [emblema del festival] porque se sienten parte de esta comunidad”, apunta Giunta. Otro ejemplo: la cita sigue siendo testigo cada año del relevo generacional. De padres y madres que incorporan a su prole a esta experiencia.


Público familiar en el recinto de Benicàssim,

Tampoco ha variado en estas más de dos décadas un modelo de gestión atípico que hoy, sin embargo, es referente para otros grandes eventos culturales. Con el prefijo ‘auto’ como base, el festival ha logrado financiarse casi íntegramente con las entradas y el merchandise, sin depender de subvenciones públicas, que apenas suponen un 2,5%, ni de patrocinadores que representan “esas prácticas que queremos cambiar”, dice Giunta en alusión a las temáticas abordadas en el Foro Social. Un espacio de debate que ha redimensionado el compromiso social del festival con la presencia de las Nobel de la Paz Rigoberta Menchu y Shirin Ebadi, el ideólogo de la modernidad y sociólogo Zygmunt Bauman, la activista Vandana Shiva o Ciotti, el sacerdote símbolo de la antimafia italiana, como ejemplos de una lista mucho más amplia de voces expertas.

De encuentro nacional a cita europea y mundial  
La fidelidad del público ha sido el retroalimento del Rototom Sunsplash a lo largo de su historia. En esta trayectoria Osoppo, sede del festival durante una década, de 2000 a 2009, ocupa un papel clave. Es decisiva para pasar de encuentro nacional a festival europeo. La proximidad a Austria, Eslovenia y Alemania de esta pequeña localidad de 3.000 habitantes a los pies de los Alpes amplió las fronteras del certamen y equilibró el hándicap de su aislamiento geográfico. El paso del Sunsplash por Osoppo también explica cómo se forja la atmósfera de pacifismo, tolerancia e interculturalidad que definen la cita, hasta hoy.


Parque Rivellino de Osoppo, sede del Sunsplash de 2000 a 2009.

Osoppo vivió la cara –el auge- y la cruz del festival, que en 2009 abandona el idílico recinto del parque Rivellino para dar el salto a España. Al mar. A un país “hospitalario y sede de muchos otros festivales”. Lo hace forzado por el “acoso” avalado por la Ley Fini-Giovanardi y la política de cierre de fronteras que promovía el discurso nacionalista de Silvio Berlusconi y sus socios de la Liga Norte, contrario a y convivencia de culturas que materializaba el evento.

Al éxodo le sigue la “tierra prometida” de Benicàssim, como recoge la película Exodus-Finding Shelter, que aborda los motivos de la salida del Rototom Sunsplash de Italia y su llegada a España. Un cambio que la propia dirección define como “traumático”, por la incertidumbre, pero que no fue sino la transición a otra época dorada para el festival, que logró arrastrar equipo y público, así como sumar nuevos habitantes a su proyecto. Aquí se ha acabado de proyectar al mundo y ha podido, como anécdota y para tranquilidad de asistentes y promotores, dejar aparcadas las preocupaciones meteorológicas propias del clima prealpino de Osoppo. “¿Si ha valido la pena? Nos lo preguntamos cada día. Nadie volvería atrás”, señala el director del Sunsplash. A por otros 25.

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