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EL DEDO EN LA LLAGA por CARLOS MONTY: “No es País para Negros: Black Celebrities y Canibalismo Cultural”

Enviado por el 25 febrero, 2016 – 17:022 Comments

rihannallagaBleaching, pop negro, militancia racial que parece puro marketing, negación de la propia identidad, pelo cosido en extensiones. “Habría que redefinir que es y no es negro”, me dijo hace unos días mi amigo Nando Senior. A lo que yo añado “habría que redefinir que es y no es reggae, sobre todo dancehall”. Porque, aunque sea pura herejía para muchos, ya bien entrado el siglo XXI, hoy día hay blancos que parecen más negros que los negros y negros que parecen más blancos que los blancos.

Y lo peor es que las principales celebrities negras norteamericanas, que son referencia mundial en imagen y actitud, sobre todo para millones de negros y negras adolescentes, parecen empeñadas en confundir no solo a la opinión pública, sino a espectadores, analistas y militantes blancos y negros.

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No es sólo la polémica con Beyoncé en la Super Bowl y su vídeo semi boicoteado de “Formation”, en relación con el legado de los Black Panthers, customizado al gusto de la moda urbana negra, siempre tan sexy. Miras hacia atrás y en unos meses tenemos a Rihanna fusilando sin piedad con Drake el riddim dancehall “Sail Away” que popularizaron entre otros en los 90, Richie Stephens, Mr. Vegas o Sean Paul, mientras la revista Rolling Stone falsificando la historia lo vende falsamente como “Tropical House”, igual que el “Sorry” de Justin Bieber, o mientras el Billboard elige como mejor álbum de reggae de 2015 el disco “Water for your Soul” de la cantante blanca de souly hip-hop . El engorro latino del Taxi hasta en los recientes Grammy con Sofía Vergara sepultando en el olvido a sus autores Chaka Demus & Pliers, o productores sin escrúpulos como Skrillex, Diplo y su engendro tecno fiesta con Major Lazer hasta en el Rototom pasado, son otros ejemplos de cómo la industria musical pop actual vende el corazón popular jamaicano al mundo falsificando u obviando su contexto y origen mientras niega visas o encarcela a los artistas originales, impidiendo su propia difusión internacional. Este nerd blanco te lo explica perfectamente.

 

Y no es solo en la música. Italianos y americanos lanzan líneas de moda, papel de fumar, zapatillas y hasta cierto tipo de cannabis llevan el nombre de Marley, y así con todo lo que a la mercadotecnia se le ocurra aprovechar, inspirado directamente en iconos jamaicanos o africanos, como la colección de primavera presentada en Nueva York por el racista Tommy Hilfiger, como nos alertaban recientemente los compañeros de Do the Reggae, sin redito alguno para los esforzados artesanos y diseñadores originales. La barra libre del expolio cultural está abierta de par en par y es mundial. Los lienzos del pintor keniata Michael Soi están empezando a trascender internacionalmente tras su denuncia constante de como los chinos, que se han adueñado en la práctica de su país, han convertido en industria regular la explotación sexual de lo más íntimo de la identidad de un país, de una cultura, el cuerpo de sus mujeres. El característico cuerpo de las mujeres negras y el oscuro objeto de deseo que representa en el imaginario de los hombres del resto de las razas.

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Curioso, canibalismo cultural siempre hubo desde los comienzos del rock n roll. Pero entonces eran blancos copiando a negros del blues, y muchos de los primeros rendían tributo en público cada vez que les dejaban a sus maestros negros. En cambio, ahora son todos, blancos, negros y latinos estadounidenses los que expolian sin disimulo y sin cita alguna el acervo cultural y popular jamaicano del dancehall, para sus millonarios artefactos de pop bailable, incluso ocultando o falseando ritmos y estilos originales copiados, como acabamos de ver.

La consecuencia no es solo a qué bolsillo va la recaudación, sino lo que es aún peor, el ostracismo definitivo de la cultura popular de la que comen estas sanguijuelas ante la opinión pública globalizada en YouTube y las redes sociales, y su desconexión con el papel reivindicativo y auténtico que esas expresiones culturales originales tenían. En resumen, la misma falsificación de la Historia y negación de la propia identidad que se hizo con África de los siglos XVI al XX, y que aun lastra a un continente entero, sólo que amplificado al infinito por millones de tweets de propaganda viral. El lavado de cerebro perfecto.

Pero lo peculiar hoy es que el saqueo del único patrimonio mundial de una isla empobrecida como Jamaica, como se ha hecho y se sigue haciendo con un continente entero como África, exige más reflexión cuando hay muchos más negros que participan con las mismas técnicas colonialistas de saqueo de los considerados pobres. Porque lo que se roba es justamente su pasado e identidad cultural, descontextualizándolo para aislar y relegar al olvido de la historia justamente su parte más reivindicativa, aquella que levanta al esclavo contra el patrón. En Haití saben bien el coste tan alto que les supuso ser el primer territorio colonial que consiguió la independencia, tras una revolución de esclavos: bloqueo comercial y postergación al olvido de la historia, abandonados a su suerte, hasta convertirse en el país más pobre de la tierra. El riesgo de lo que sucede ahora, sin que a nadie le preocupe ni en Miami ni en Nueva York, es que esta desnaturalización generalizada, llevada a cabo también por negros, conduce al mismo resultado que el de Haití, ya pueden enfadarse los jamaicanos con sus gobiernos, incluso supuestamente progresistas, conque no se les defiende del saqueo ni se protege a sus artistas y leyendas.

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Para visibilizar mejor esta confusión babilónica, podemos tomar justo dos extremos de celebrities y ver como la repercusión pública de sus actos, puede favorecer o confundir el necesario reconocimiento a la sabiduría popular en la que se inspiran. Tomemos una muestra con el rapper americano senegalés Akon y la reina del pop negro Beyoncé Knowles.

Akon no tiene un pasado caribeño, musicalmente hablando es un multi-vendedor pop que maneja lugares comunes entre el rap y el r’n’b. Desde este punto de vista no es diferente de cualquier otra celebrity negra americana. Pero, aunque nació en Saint Louis (Missouri), la ascendencia de sus padres músicos senegaleses, le hizo crecer desde los 7 años entre Dakar y Alcantarilla (Murcia), donde se concentra una importante colonia de temporeros senegaleses perseguidos como siempre por nuestra Ley de Extranjería. De vuelta a USA en las duras calles de New Jersey, recaló en la cárcel un par de veces antes de convertirse en estrella y multi-millonario. Esa experiencia con los de abajo y con su procedencia africana sí que lo distingue de cualquier otra estrella yankee que lo más lejos que ha viajado a los suburbios ha sido para pasearse en limusina por Sunset Strip buscando farra cuando están en Los Ángeles.

Como se sabe, Akon decidió invertir parte de su fortuna discográfica en África fundando con el político y comunicador senegalés Thion Niang y el economista y empresario maliense Samba Bathily, la empresa “Solektra International” con la que alumbraron el proyecto “Akon Lighting Africa”. Como se ve, no se trata de una ONG caritativa al uso. Se trata de una empresa de riesgo desde una óptica puramente capitalista, una joint venture dirigida exclusivamente por africanos en la mejor tradición de Marcus Garvey, pero donde el objetivo no es ganar dinero, sino empoderar a los africanos, electrificando a más de 5 millones de personas (15 países en 2015 y 25 en 2016), involucrando a empresas, colectivos y gobiernos locales, en lugar de depender necesariamente de grandes superestructuras mundiales como la Unesco o la FAO, hasta conseguir un fondo de inversión de 1 billón (con “b”) de dólares. La experiencia transformadora, que los escépticos de siempre, blancos y negros, nunca creyeron posible, ha sido de tal impacto, que el mecenas Akon acaba de anunciar hace poco la puesta en marcha de un segundo proyecto, aún más ambicioso que el anterior, sobre salud y educación nada menos, llamado “Konfidence”.

 

Akon Lighting Africa’s sizzle reel from David Monfort on Vimeo.

 

Lo que nos enseña la experiencia vital de Akon es que se puede revertir el dinero y la fama obtenida como celebrity de la música en acciones con repercusión transformadora colectiva real, con el objetivo de empoderar en serio a tu comunidad, respetando sus necesidades y tradición. Es decir, sin usar el modelo clásico de expolio colonial o de falsa caridad neocolonial tan típica de las ONG controladas por los Gobiernos Occidentales a través de las subvenciones.

Cheikh Anta Diop, el legendario historiador, antropólogo, lingüista y físico nuclear senegalés estaría orgulloso de su paisano Akon, por comprender su propia identidad y ayudar a otros a encontrarla a través de un progreso “desde dentro” en lugar de buscar el mero expolio que perpetúa la negación de la propia identidad, haciendo que ésta deba buscarse en los modelos que se exponen internacionalmente, como ejemplos de negro triunfador, de Beyoncé, Rihanna y Nicki Minaj al boxeador Floyd Mayweather, ese que contestó después de llevarse una bolsa de casi 200 millones de dólares tras derrotar a Manny Pacquiao, que porqué tendría que ayudar a África, que qué había hecho África por él.

Anta Diop, comparando el lenguaje del Antiguo Egipto con los de otros pueblos de África Central y Occidental, demostró científicamente como la colonización europea se había esforzado en borrar la historia de las aportaciones africanas en el avance de la humanidad, con el fin de construir una superioridad moral y filosófica que reforzara la dominación militar, política y económica mediante una ficticia inferioridad intelectual del negro, que dominó la ciencia y literatura institucional durante varios siglos en el mundo entero. Desde la National Geographic a los filósofos franceses, Egipto y su precioso legado científico y cultural fue asociado artificialmente al Cercano Oriente y el Mediterráneo, desgajándolo definitivamente de su influencia nubia, etíope, y de otras regiones africanas. Así, una población subhumana sin pasado reconocible, inferior incluso genéticamente (se llegó a afirmar hasta bien entrado el siglo XX) era mucho más fácil de esclavizar, sin memoria, sin reconocimiento, amorfa, sin identidad.

Mucho de lo que sucede hoy en la era de Internet, con la desposesión de los signos de identidad de los pueblos sojuzgados, de la privación y comercialización por otros de su riqueza popular que los distingue como cultura propia, empezando por Jamaica, se debe y continúa aquella fabulosa falsificación que tanto daño ha hecho a millones de personas por todo el mundo.

Y así llegamos a la extraordinaria polvareda que la aparición de Beyoncé en la Super Bowl y en paralelo con su nuevo video ha levantado en el mundo entero. Una carga simbólica que se ha polarizado entre una loable reivindicación de empoderamiento negro en América en un momento en que la presión racista sale a un asesinato policial por semana, y la banalización de los iconos de negra al servicio de un marketing de impacto universal. De nuevo la falsificación de la historia, los roles y la pérdida de identidad.

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Cientos y cientos de blogs, tertulias televisivas, campañas policiales de boicot, intentos de censura en Youtube y millones de visitas y comentarios en redes sociales llevan semanas discutiendo apasionadamente cada plano, cada aspecto, cada enfoque tanto de la performance deportiva como del video. Lo sorprendente de nuevo es que pese a que el material exhibido es claramente racial (iconografía de las Black Panthers hiper sexualizada entre las bailarinas, formación de la X en alusión a Malcolm X, carteles alusivos a negros asesinados por la Policía en la Super Bowl, coches policiales hundiéndose en las aguas dejadas por el Katrina en Nueva Orleans, imágenes de inimaginable empoderamiento de damas negras en el Sur racista, negros encapuchados parando en plena a calle a pelotones policiales mientras se oye “don’t shoot me, don’t shoot me”, Martin Luther King presentado como activista y no como mero soñador), lo sorprendente repito, es que pese a esa bomba emocional, la respuesta de blancos y negros ante ese material racial no está dividida ni de lejos en dos bloques homogéneos por colores de piel, como cabría esperar.

Muchos blancos y negros coinciden en darle credibilidad, pese a que la reina del pop sea una privilegiada que jamás ha sufrido como niña rica el racismo que denuncia, y en que atreverse a jugarse su carrera con el esperado boicot de la ultraderecha americana que no se ha hecho esperar, mientras se conocían cada vez más informaciones sobre su implicación en el movimiento activista de internet “Black Lives Matter”, de la mano de su marido el rapero Jay Z y sus donaciones millonarias a fundaciones y organizaciones que siguiendo las tácticas de Occupy Wall Street se agrupan bajo ese hashtag para protestar y enfrentarse a la Policia en Ferguson, Oakland, Chicago o Nueva York, merece máximo respeto pues no le haría falta jugarse tanto por una simple estrategia de marketing, y es hasta necesario, pues en una sociedad tan espectacularizada como la norteamericana, no hay visibilidad posible de ningún activismo ni reivindicación sin que lo encabecen algunas caras famosas que se impliquen.

Sin embargo otros, casi siempre negros afro conscientes han salido en tromba a desenmascararla, señalando el progresivo blanqueamiento de su piel desde sus inicios en el grupo juvenil Destiny Child, la contradicción de salir en la Super Bowl con el pelo todavía alisado mientras sus bailarinas llevaban el pelo natural, incluso sacando a su propia hija en el video de “Formation” con el pelo afro (una campaña esta que cada vez se recrudece más mundialmente por lo que significa de recuperación de identidad) o la utilización de frases fantasmales del difunto y excéntrico bloguero negro de Nueva Orleans, asesinado en 2010 y una autentica celebridad de YouTube en la ciudad del bourbon, Messy Mya, que probarían a su juicio que las referencias culturales y políticas negras de la “nueva” Beyoncé, no son más que ganchos comerciales morbosos para atraer a la audiencia mundial sobre algo de “actualidad” que “vende” en todas partes.

Por supuesto, nadie habla de la calidad musical, porque lo que hay en juego va mucho más allá. Pero en el fondo, la misma duda de credibilidad que se otorga de entrada a toda celebrity, como sucedió cuando el productor y rapero negro de Chicago, anunció hace unos meses que pretendía postularse como candidato por el Partido Demócrata a las elecciones presidenciales de 2020, jugándose su propia fortuna discográfica valorada en más de 20 millones de dólares. Solo con la referencia a sus vínculos familiares con la frívola familia Kardashian, ya sirvió para que casi nadie se lo tomara en serio. Los negros no pueden permitirse ser frívolos, por negros o por famosos, como los comunistas no podían salir del estereotipo de alpargata y chaqueta de pana sin corbata, sin ser acusados de vendidos al capital. Prejuicios políticamente intencionados pero que compra todo el mundo.

Esta paradoja de la confusión, tan típica de la Babilonia en la que vivimos y donde negros se enfrentan con negros por sus propias señas de identidad (el pelo, el papel de sus celebrities), y blancos se enfrentan con blancos y hasta con negros, por cómo es tratado un legado cultural que consideran universal, pero sin que unos y otros lleguen a entenderse, es una constante como se puede ver en los muchos grupos sobre África que  proliferan desde hace un tiempo en redes sociales también aquí en España, y donde lo frecuente es que sus miembros sean o muy mayoritariamente blancos o muy mayoritariamente negros, pero sin llegar a mezclarse abiertamente, aunque compartan intereses, en lo que parece el signo de los tiempos, pese a que, como ocurrió en tiempos de los Black Panthers, muchos blancos secunden las protestas antirracistas en manifestaciones contra la violencia policial y otras reivindicaciones comunes.

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Igual que con el reggae dancehall. ¿Cómo saber si en realidad es dancehall, pop o afropop si hoy día la electrónica todo lo mezcla y las barreras de estilo se diluyen hasta desaparecer?. Así que habrá que acabar concluyendo que más allá de nombres, imágenes por muy simbólicas que resulten (mirad cuanto Ras, y cuanto nombre con sonoridad bíblica esconde en realidad a blancos sin ninguna conexión o experiencia personal con la realidad negra, en el mundo del reggae), más allá de razas y colores de piel, solo cuando se respeta la tradición, la cultura y la historia de un pueblo y su música, podremos hablar con propiedad de afro, reggae, dancehall o negritud. Todo lo demás son imposturas producto de estos tiempos de falsificación de identidad, que el mundo virtual tanto favorece. Busquen de las cosas. El Diablo tiene demasiadas caras estos días previos al Apocalipsis. Y recuerden, como diría Junior Reid: “One Blood, One Aim, One Destiny!”. Sin Justicia no habrá Paz.

 

FEBRERO 2016

carlosmonty2014.wordpress.com

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